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sábado, 25 de abril de 2015

El chacalito

¡Hola! Finales de mes y es tiempo de una nueva entrada en el blog. En esta ocasión tuvimos el apoyo de nuestros fans en Facebook que ahora si mandaron relatos eróticos (ya tenía rato que no sucedía :P). Recibimos dos relatos, pero solo podemos publicar uno (a menos que me pidan en comentarios otra cosa XD), por lo que decidí publicar el relato que más me gusta recibió en la página... Aunque quizás estuviera relacionado con la imagen que lo acompañaba ¬_¬

Bueno, en fin, espero que disfruten nuevamente de este relato, el cual ahora está editado para que su lectura sea más fácil ;)

El chacalito.


¡Hola! ¿Qué tal? Bueno, este es mi relato y espero que sea anónimo.

Esta experiencia sucedió con un chacalito llamado Chucho y aconteció en una feria en Tláhuac, México un 12 de octubre. Todo comenzó cuando en la noche andaba yo con un amigo en la feria. Ya era noche y me encontré a Chucho. Él estaba con varios de sus amigos y andaba tomando. Como ya era de noche decidimos ir a comprar unas chelas.

Cuando íbamos caminando hacia la camioneta de un amigo, me di cuenta de que Chucho iba mareado, así que lo abracé de la cintura y pues como que me dieron ganas y le fui metiendo poco a poco la mano que llevaba en la cintura en su pantalón hasta que la metí dentro de su bóxer y toqué sus vellos. De ahí le seguí hasta poder llegar a su pene, el cual se lo empecé a acariciar sin que se percataran sus cuates ni el mío.

Ya cuando llegamos a la camioneta nos fuimos a comprar más chelas, nos bajamos y nos quedamos a un lado de la camioneta. Al ver que nadie nos veía, nuevamente comencé a agarrarle la verga, aunque ahora por afuera del pantalón. Se la sobaba, se la apretaba, etcétera. Yo pensé que a pesar de ya estar borracho él me iba a decir algo, pero ¡oh, sorpresa! No. El chiste es que al ver que él no decía nada le pregunté si se la podía mamar y me dijo que sí, pero que después.

Pasando media hora nos fuimos a una calle atrás de la vinatería y empezamos a platicar todos. El chiste es que después de un rato solo quedamos cuatro compas incluido él y pues al ver que los otros dos estaban tan entretenidos me pidió que lo acompañara por un cigarro y le dije que sí. En el camino le volví a preguntar que si se la mamaba y él me contestó que sí. Nos fuimos a la calle que seguía y pues era de noche y yo tenía medio de que pasara gente, pero estaba realmente excitado y pues bueno, se la empecé a agarrar por afuera del pantalón y después le bajé el cierre y metí mi mano. Sentí como se le paró la verga, así que le desabroché el pantalón por completo y le bajé el bóxer.

¡Oh, sorpresa! No estaba grande pero sí apetecible y ¡woah!, que se la empiezo a mamar, mamar, mamar. Sé que a él le gustaba, porque como que gemía y me empujaba la cabeza contra su verga para que me la comiera toda y sentía como que me ahogaba.

Llegué al punto en que le pregunté si me la metía y él respondió que sí. No lo pensé dos veces. Él me volteó y me bajó el pantalón y el bóxer y que me la mete de un madrazo. La verdad me dolió, no grité porque estábamos en la calle, pero era un dolor riquísimo. El chiste es que me gustó. Bueno, después de un rato la sacó y me dijo "ya vámonos porque nos han de andar buscando". Y pues ni modo. Yo le dije también "vámonos".

Cuando llegamos a la camioneta ya no estaban los otros, nos habían ido a buscar. Nos subimos a la camioneta y Chucho se sacó la verga y me dijo "síguele mamando para que te comas mis mocos". Je, je, je. No iba a desperdiciar la oportunidad, así que se la mamé mientras él gemía de gusto. Sin embargo, Chucho no alcanzó a venirse, pues se dio cuenta de que venían sus cuates y me dijo "aguas, que ahí vienen" y pues rápido que se sube y se mete su verga excitada dentro del pantalón.

La verdad yo quedé excitado de esa vez, hasta que se me hizo que me cogiera bien y me comiera sus mocos y todo eso, pero eso ya es otra historia que contaré después.

sábado, 18 de abril de 2015

Aventura en el metro

Lo siento, lo siento, lo siento. Ya lo sé, soy un desobligado :P Es que de verdad no había podido entrar al blog para crear esta entrada. Cada vez que lo intentaba algo ocurría. Pero bien, como les dije, no dejaría pasar más tiempo, así que aquí está la nueva entrada. Espero lo disfruten. Es un relato que tiene lugar nuevamente en el metro (ya van dos así, ¿los recuerdan?). ¿Qué puedo decir? La verdad me excita mucho la idea de hacerlo y ligar en el metro.

Advertencia: Este relato incluye bareback (penetraciones anales sin condón) práctica que conlleva un riesgo de infección constante, no solo por las ITS (antes conocidas como ETS), sino también porque en teoría la flora rectal no debería terminar en la uretra. Este relato es solo una fantasía, el único terreno en el que no importa como se practique el sexo, es cien por ciento seguro.


Aventura en el metro
 
 

Odiaba tomar el metro a las siete de la mañana. Siempre iba lleno, atestado de gente que iba al trabajo, a la escuela o a alguna cita.

Aquel día no era la excepción. Aunque había tomado el metro desde la terminal, el vagón se lleno inmediatamente abrió las puertas. Quizás no había sido la idea más inteligente quedarme a un lado de las escaleras mientras esperaba el convoy, ya que ahí era donde más se acumulaba la gente. Pero me convenía para transbordar en la estación que tenía planeada.

Llegué al rincón del vagón para poder recargarme contra la pared, mientras frente a mí se paraba un hombre de unos treinta y pico años, con una barba de candado muy sexy, vestido de pants, una gran chamarra y gorra. Sus facciones eran bastante atractivas, aunque solo las vi durante un momento debido a que me dio la espalda para poder acomodarse en el espacio que teníamos disponible y poder agarrarse de los tubos.

El tren comenzó a avanzar y yo pensé en todas las cosas que tenía que hacer en el día. La perspectiva era un tanto desalentadora. Aquel viaje de hora y media me iba a quitar mucho tiempo, especialmente si consideraba que era el mismo tiempo que me iba a hacer de regreso.

Llegamos a la siguiente estación y ante la entrada de más gente comenzamos a apretujarnos. El tipo que iba de pie frente a mí quedó totalmente pegado a mi cuerpo, por lo que su trasero comenzó a presionar mi pene. Aquel contacto me pareció tremendamente erótico y, antes de que abandonáramos la estación, ya había comenzado a parárseme.

Solté un suspiro, deseando interiormente que el hombre no notara mi erección. Aunque yo era gay, opinaba que esas cosas eran tremendamente incómodas. Digo, ya me había tocado a mí excitar sin querer a un par de hombres con mi trasero y por eso prefería buscar una posición donde evitara el roce de esas partes.

El tipo parado frente a mí volteó a verme de reojo. Sentí que los colores se me subían a la cara al pensar que quizás me dedicaría una mirada de repugnancia, pero en lugar de eso me sonrió. Era una sonrisa apenas perceptible, pero estuve seguro que era para mí cuando sentí como su trasero presionaba con más fuerza mis partes íntimas.

Ya entrados en calor decidí aprovechar la situación y discretamente comencé a ejercer presión sobre su culo, el cual era firme y pequeño, pero bien formado. El hombre me contestó con un arrimón más fuerte, con lo que sentí una hermosa sensación.

Llegamos a la siguiente estación, donde afortunadamente no subió nadie por aquella puerta y si bajaron dos personas. Hubo un momento de respiro antes de que las puertas volvieran a cerrarse, momento que el hombre que estaba frente a mí aprovechó para bajar su mano hábilmente y colocarla de tal manera que mi bragueta le quedara al alcance.

El tren volvió a arrancar y el hombre comenzó a frotar mi verga con su mano. Yo me dejaba hacer con mucho gusto y no tenía ningún complejo con eso. Supongo que mi cara reflejó perfectamente el placer que estaba experimentando, porque cuando el metro entró al túnel vi que unas cuantas caras se volteaban con interés hacía mí y el tipo que venía al lado de mí de plano volteó a ver hacia abajo para mirar con atención la mano que acariciaba mi bulto.

Enrojecí un poco con la situación e iba a hacer que el señor que venía frente a mí dejara de masturbarme, pero mostrando una maestría espectacular en un rápido movimiento bajó mi bragueta, metió la mano, removió mi ropa interior y antes de que pudiera percatarme de otra cosa ya había sacado a mi amiguito al aire libre.

El tren empezó a desacelerar, obviamente se acercaba a la próxima estación. Me empecé a sentir extremadamente nervioso, pero el tipo de al lado y el que se encontraban enfrente de él se movieron ligeramente, al igual que la bolsa y la mochila que traía cada uno, bloqueando la vista de mi pene desde el otro lado. Cuando el tren llegó a la estación, recordé tristemente que la mayoría de las estaciones de aquella línea tenían la puerta del lado derecho.

Bien, la puerta cerca de mí ya no se abriría (lo cual significaba que mi descenso se complicaría con tanta gente), pero eso también significaba que si los dos hombres que iban a nuestro lado seguían parados ahí nadie más podría ver lo que sucedía. Bueno, a excepción de un chico por allá que también iba estirando su cabeza con disimulo.

La idea de ser visto por tres cabrones me excitó de más y mi pene comenzó a lubricar. El hombre que venía enfrente de mí comenzó a frotar mi glande en círculos con su dedo pulgar, aprovechando el líquido preseminal que tenía para provocar una sensación extraordinaria.

No pude evitar el gesto de placer que puse. Vi como un tipo que iba en la otra puerta me miraba con repugnancia, pero la verdad me valió. Seguramente él sabría que estaba pasando ahí, pero pues si no le parecía que simplemente volteara a ver hacia otro lado.

Uno de los tipos de al lado, el cual tampoco estaba de mal ver, aunque quizás demasiado moreno para mi gusto, comenzó a frotar el trasero del tipo que venía enfrente de mí. En un principio me molestó aquella actitud, ya que quería al señor de la chamarra solo para mí, pero pronto descubriría que la intención de los tipos que tenía al lado no era quitarme a mi hombre, si no proporcionármelo de una manera más íntima.

La mano del moreno se perdió discretamente debajo de la chamarra de mi amante ocasional, el cual seguía jugando con mi polla, para después con un leve movimiento hacia abajo volver a aparecer con el resorte del pants entre sus dedos. Yo me quedé más que sorprendido y más cuando el señor de enfrente volvió a repegar su culo hacia atrás, el cual ahora estaba al aire libre al igual que mi verga. Era un culo blanco y que se veía bastante suavecito.

Yo no sabía qué hacer, pero todo pensamiento desapareció cuando con ayuda de su mano mi amante introdujo la cabeza de mi pene en su agujero. No era apretadito, era obvio que lo había usado muchas veces en su vida y ya lo tenía entrenado para acoplarse a una gran variedad de vergas; pero el calor que transmitía era sencillamente delicioso.

El tren paró en la siguiente estación mientras mis diecisiete centímetros de herramienta se perdían totalmente dentro del cuerpo de mi amante. Quizás no había apretado nada mientras entraba, pero en cuanto el convoy jaló nuevamente el señor de la barba de candado me demostró que sabía usar su esfínter con maestría, apretándolo y soltándolo para producirme un placer supremo mientras ambos balanceábamos nuestras caderas al ritmo del vagón.

Los tipos de al lado no quitaban el ojo y, aunque aquello nos ponía en peligro por primera vez en la vida me di cuenta de que lo único que me importaba era gozar al hombre que se encontraba frente a mí. Agarré su cintura con las dos manos, sin importarme que el tipo que iba frente a él recargado en la puerta se pudiera dar cuenta. Recargué mi cadera totalmente contra la pared posterior del vagón, mientras obligaba al hombre que se encontraba enfrente de mí a mover su cadera a una velocidad que según yo no llamara la atención y que pareciera producida por el movimiento del tren.

Aquel mete y saca me estaba volviendo literalmente loco y era aún más morboso porque los tipos que nos venían viendo se habían comenzado a tocar los paquetes sobre sus respectivos pantaloncillos como si se estuvieran masturbando ante el espectáculo de mi pene perdiéndose en el hermoso culo de mi acompañante.

El hombre de la barba de candado comenzó a apretar su recto combinando aquello con el movimiento de mete-saca que llevábamos, transportándome al séptimo cielo. No pude evitarlo, solté un gemido bastante audible mientras me venía dentro de su culito y lo jalaba con fuerza hacia mí para clavarlo con fuerza. El tipo debió de haber sentido mi venida, pues su cara volteó ligeramente con una enorme sonrisa y su culo me apretó con más fuerza, como si quisiera asegurarse de que me exprimía por completo.

Exhalé sintiéndome completamente relajado y satisfecho, pero aquello solo fue durante un momento antes de ver algunas miradas de asco, repugnancia y hasta odio. Obviamente mi gemido había llamado la atención de varias personas en el vagón y debió haber resultado obvio qué había sucedido con lo juntos que estábamos el señor de la barbita y yo, incluso cuando los demás tipos nos cubrían.

Las puertas del tren se abrieron justo en ese momento y sin apenas pensarlo saqué mi miembro de aquella cavidad, me subí apresuradamente el cierre escondiendo mi herramienta y salí atropellando a un par de personas del vagón.

Una vez en el andén, mientras la alarma que anunciaba que el tren estaba a punto de marcharse sonaba, volteé mi mirada. Seguía habiendo rostros de desprecio, pero me resaltó el hermoso rostro con barba de candado y gorra, que de repente parecía decepcionado. ¿Acaso esperaba algo más de mí?

El tren cerró las puertas, pero nuestras miradas no se separaron en ningún momento. Nos seguimos viendo mientras el tren avanzaba y el tipo moreno se acomodaba en lo que había sido mi lugar, aparentemente emocionado. Seguramente había llegado a la conclusión que había llegado su turno de gozar.

Pero aquello no me importaba, lo único que me interesaba eran los ojos inquisidores del hombre al que me había cogido, el cual parecía interrogarme por qué me había marchado de esa manera abrupta y no lo había esperado.

El tren se marchó y se llevó a aquel hombre con el que había disfrutado tanto sin posibilidad de volverlo a ver. He regresado varias veces a la misma línea del metro a la misma hora sin ningún motivo real. Aunque me he encontrado weyes con los que he fajado rico o me han deslechado con sus manos, ninguno ha sabido darme el placer que me proporcionó aquel hombre con ayuda de su culo.

domingo, 5 de abril de 2015

Pedro 2

¡Hola a todos! Aquí estamos de vuelta después de dos meses de inactividad, en parte por motivos personales y en parte por la poca participación que hay por parte de los seguidores... pero bueno, he decidido que es bueno continuar esto para quién realmente no sigue, ¿no les parece?
 
A principios de enero conocimos la primera parte de la historia de Pedro, quien descubrió las delicias del sexo entre hombres en compañía de su hermano mayor. Sin embargo, cuando este se casa, Pedro decide dejar a la familia para ir a la ciudad y dar rienda a sus deseos íntimos. Sin embargo, ¿qué pasará cuando Pedro regrese a su pueblo natal y su sobrino lo descubra dándole rienda a sus instintos?
 
Pedro
(Segunda parte)
 
★ ★ ★
[El escándalo de la comunión]
 
—Ve donde está tu tío Pedro y dile que saque la sandía que hemos puesto en el río para que se refresque.
 
El padre acaba de lanzar al joven vestido de comunión a la carrera. No tenía ni idea de que el muchacho terminaría descubriendo algo del tío Pedro para lo que no estaba preparado.
 
El chico corrió con sigilo entre las arboledas mientras notaba como algunas de las zarzas del río arañaban su piel. Había escogido durante su avance un camino más corto pero intransitado. Esta senda lo acercaba más rápidamente hasta esa enseñada oculta donde el agua del río se remansaba. En ese lugar, el padre había atado hábilmente con cuerdas una sandía de cinco kilos antes de lanzarla al agua. La corriente del río haría el resto hasta lograr que esa fruta se encontrara fría y apetitosa justo en el momento de su consumo.
 
El joven oyó las risas y los cuchicheos y por eso aminoró algo en su presurosa carrera. El tío Pedro andaba con alguien al otro lado de las zarzas. A la comunión había venido solo, por eso el chico tenía cierta curiosidad por ver con quién hablaba y se reía de esa forma con el tío Pedro.
 
Toda la familia había decidido celebrar la fiesta de su primera comunión con una comida junto al río. No había dinero para restaurantes y boatos, pero sí para llenar un bidón con cerveza y botellas de refrescos. La comida para los comensales se solucionaba comprando un jamón y un buen queso curado. A continuación un  arroz de pollo campero hecho en la leña. De postre, pasteles o  fruta. Así se acostumbraba a celebrar en esos lejanos tiempos.
 
Al banquete solo acudieron los más allegados. Solo la familia, unos vecinos y la abuela que en esos momentos se abanicaba a la sombra de unos árboles lamentándose de su edad.
 
—¡Joder, ahora no pares, cabrón! —oyó el muchacho cómo gritaba esa voz desconocida.
 
“Debe de ser alguien de la otra comunión” pensó el crío mientras seguía pisando con delicadeza la hojarasca.
 
Esa comunión que se estaba celebrando en esa misma arboleda, pero con la que se guardaba una prudencial distancia de separación.
 
Al asomarse entre las zarzas, encontró al tío Pedro demasiado cerca de ese hombre. Él al parecer no había tenido problemas en acercarse más de la cuenta a esos casi desconocidos que reían y gritaban casi con la misma intensidad que ellos dentro de esa explanada llena de árboles que había junto al río. Su tío mantenía a ese padre de familia sentado en un tocón de madera y estaba chupando con unos más que sonoros chupetones el rabo de ese hombre que no paraba de gemir. Con la mano agitaba la endurecida y rojiza polla. La boca succionaba el pito y el hombre le pedía que no dejara de hacerlo.
 
—Sigue, no paresssss. Me voy, me voy, a corr…..eerrrrrrr —empezó a decir ese tipo antes de empezar a soltar un líquido blanquecino sobre la cara del tito Pedro.
 
Una gran sonrisa apareció casi a la vez en ambos rostros. La mano del hombre acariciaba la cabeza del tío Pedro como se le hace a un perro después de que haya hecho algo bien.
 
Fue por eso que el inocente muchacho no entendió como pudo verlos tan nerviosos cuando se hizo visible desde su escondite y se acercó hasta ellos para preguntarles qué era lo que estaban haciendo.
 
El tipo se subió los pantalones con torpeza. Ni siquiera podía abrocharse el cinturón acertando en el agujero correcto.
 
—¡Papá dice que ya podemos sacar la sandía del agua! —le contó el pequeño a su tío mientras señalaba la cuerda que tensada por el efecto de la corriente del agua intentaba escapar de esa bochornosa situación.
 
—¿Por qué le chupabas el pito? —le preguntó cuando empezaron a caminar dejando a ese desconocido en esa ensenada dudando en si debía volver o no a su fiesta de comunión.
 
—Le había picado una avispa y estaba intentando calmarle todo el dolor.
 
—¿Por eso gemía de esa forma?
 
—Claro. Eso duele un montón
 
—¿Y por eso lo tenía tan hinchado y gordo?
 
—Sí… sí. Pero no debes contárselo a nadie.
 
El joven afirmó unos segundos con la cabeza sin saber muy bien por qué le pedían algo tan raro. ¿Por qué no podía contar algo tan gracioso como que al padre de familia de la otra comunión le había picado una avispa en el pito mientras se la sacaba para mear y el tío Pedro le había tenido que sacar toda la pus para que no se le  hinchara ni se le infectara?
 
—¿A qué sabe? —le terminó preguntando cuando empezaron a llegar al grupo donde todos se empezaron a arremolinar ante la llegada del hombre cargado con la fruta.
 
—¿El qué? —le preguntó el tío Pedro al joven que corría alrededor de él dando vueltas.
 
—¿Pues el que va a ser? ¡La pus! He visto que le ha salido mucha y parte de ella hasta te la has tragado.
 
—No sé. Igual que siempre. Sabe a eso, a pus.
 
★ ★ ★
[La enfermedad]
 
El adolescente no lograba entender por qué todo el mundo sabía que eso era algo que tenía que pasar. Si lo sabían ¿por qué lloraban ahora que había pasado por fin? Su madre llevaba casi un año convaleciente en la cama y finalmente terminó falleciendo.
 
Todos los que llegaban al funeral decían eso mismo: aquello tenía que pasarle tarde o temprano.
 
A su lado estaba su hermano pequeño que no paraba de llorar y al otro la cara de su padre que era todo un poema.
 
Cuando llegó su tío Pedro y empezó a dar y recibir el pésame de los allí reunidos miró hacía donde estaban los críos para ver a uno llorando desconsoladamente y al otro con una sonrisa pícara en su todavía juvenil rostro.
 
El chico había vuelto a recordar el incidente del picotazo de la avispa y terminó riéndose entre dientes.
 
De pronto alguien cayó en la cuenta de que ese velatorio no era el lugar más adecuado para que estuvieran unos críos y empezaron a decidir sobre cuál sería el mejor lugar al que podrían llevarlos.
 
La casa de la abuela era el mejor sitio, pero la suegra de la difunta se negaba a abandonar la habitación. Por eso fue el tío Pedro el que se ofreció a llevarlos a la casa y a quedarse con ellos hasta que la abuela entrara en razón y fuera a ocuparse de ellos.
 
—¿Por qué no te has quedado tu también? —le preguntó el chico mientras miraba como  el tío Pedro dejaba a su hermano durmiendo sobre una de las camas.
 
Se acaba de dormir entre los fuertes brazos del tio Pedro mientras iban hacia la casa y ninguno de los dos quería despertarlo por temor a que empezara a llorar de nuevo.
 
El tío Pedro se sentó con él en la salita de estar y mientras se encendía un cigarro le contestó:
 
—Tu madre era una persona excelente, pero ella y yo no nos llevábamos muy bien.
 
Hablaba con convicción pero sin levantar mucho la voz para evitar que el hermano pequeño se despertara. Le dio  una fuerte  calada al pitillo, parecía estar rememorando alguna discusión que en su día hubo de haber entre ellos, pero de pronto giró la cabeza para volver a mirarlo.
 
—Tal vez tú también deberías echarte un rato a dormir. Te esperan unos días muy duros.
 
—¡No tengo sueño! —le reprochó el joven.
 
—Pues entonces ya me dirás a ver qué hacemos, aquí los dos mirándonos como tontos hasta que venga la abuela.
 
—¿Puedo preguntarte algo?
 
—Vamos, hazlo. ¡Sé que tarde o temprano lo harás!
 
—¿Por qué nunca has venido a vernos a casa?
 
No era la pregunta que esperaba y volvió a darle una nueva calada al pitillo
 
—He ido muchísimas veces,  pero eras muy pequeño como para recordarlo. Un día deje de ser invitado. Pero siempre he cumplido como el Padrino vuestro que soy y nunca os han faltado los regalos que debía de haceros
 
El joven calló durante unos instante mientras rememoraba los muchos regalos que había recibido por parte del Tío Pedro.
 
—¿Qué quieres que te regale este año para tu cumpleaños?
 
Estaba nervioso y quería cambiar de tema de conversación a toda costa
 
El chico le contestó cuando empezó a apagar la primera colilla sobre la placa de la estufa.
 
—No, te molestes en comprarme nada. Creo que yo también me voy a morir y puede que no llegue ni a mi cumpleaños.
 
—¿Por qué dices eso? —inquirió confundido Pedro.
 
—Porque yo también estoy muy enfermo. Lo llevo notando desde hace un tiempo.
 
El tío se levantó de la silla y se acercó hasta el joven para tocarle la frente. Después miró las pupilas y dándole un cariñoso empujón en el hombro le dijo:
 
—¡No te preocupes, que tú no te vas a morir! ¡Estás hecho un toro!
 
—Entonces ¿por qué me sale toda esa pus blanca por mi pito? Es igual que la que le salía a ese hombre del río.
 
El tito Pedro se dio la vuelta y lo miró durante unos segundos antes de agarrar la silla y colocarse frente a el muchacho. Al sentarse lo hizo en plan chulesco apoyando los velludos brazos sobre el respaldo.
 
—¡Quiero que me cuentes todo ese rollo de la pus y si le has contado a alguien alguna vez algo de lo que viste en el río!
 
★ ★ ★
[Inevitable]
 
La mano le agarraba la polla y se movía lentamente por ella. Notaba un gustillo especial y no se atrevía a pedirle que parara porque el cosquilleo iba en aumento. Su mirada se cruzaba con la del otro de vez en cuando y las dos lanzaban una sonrisita cómplice como si estuvieran haciendo algo malo pero que no podían parar. 
 
Bajo sus pies estaban todas las ropas tiradas por suelo del palomar y bajo este estaba la casa de la abuela en la que su hermano y sobrino dormía en la habitación plácidamente. La abuela cuidaba de su sueño mientras los dos marranos salidos se habían escabullido hasta ese lugar elevado de la casa. Sabían de sobra que las cansadas piernas de la anciana no podrían subir hasta allí.
 
—¿Qué miras?
 
—Te miro a ti, tienes muchos pelos por todo el cuerpo.
 
Era la primera vez que veía desnudo a alguien de cuerpo entero.  Antes de a él había visto a su padre sin camisa. Los dos tenían el pecho súper poblado, pero su tío al ser más joven no lo tenía con tantos pelillos blancos. Estos eran negros y se retorcían alrededor de los dos gordos pezones. En la zona del pubis el pelo le crecía a base de bien y en el centro se erguía una polla gordita y bastante dura.
 
—¿Te gusta mi cuerpo?
 
—Sí, es como el de mi padre,  pero ahí abajo no lo he visto desnudo nunca
 
Pedro siguió con la paja que le estaba haciendo a su caliente sobrino notando como esa polla se ponía más y mas dura. Se había echado algo de saliva en la mano y gracias a ello estaba dandole un placer al sobrinito hasta ahora desconocido.
 
—¿Mi hermano y yo seremos así de peludos cuando nos hagamos mayores? —le preguntó al ver como estaba más interesado en hacerle esa paja que en enseñarle todo lo que necesitaba saber sobre el sexo.
 
—Sí. Supongo que lo de ser así de peludetes nos vendrá de familia.
 
—A mí no me gusta mucho el pelo, ¿pica un poco no? —Le preguntó mientras se rascaba los huevos. Esa era la única parte de su cuerpo que el tío todavía no había sobado
 
—Eso es por estas de bolas que tienes aquí —le dijo mientras lo agarraba de los huevos y empezaba a acariciarlos. Con su otra mano no paraba de pajearle el durísimo pito que se le había puesto al contacto con sus caricias.
 
—Además de leche producen otra cosas que hace que nos vaya creciendo el pelo por todo el cuerpo a los hombres.
 
—¿Me la lames otra vez? —le preguntó al ver como no se decidía a hacerle de nuevo lo que unos minutos antes de que llegara la abuela estaba haciendo sobre el sillón.
 
—¿De verdad quieres hacerlo?
 
—¡Sí, me ha gustado mucho! Me hacías muchas cosquillas con la lengua y casi me meo.
 
—Tienes una polla preciosa y pronto se te hará todavía mas grande y gorda aún.
 
—¿Todavía más? ¡En mi clase soy el que más grande la tiene y eso que en ella hay algunos repetidores! —le dijo todavía más orgulloso de su hombría.
 
—¡Sí, claro que lo sé! Esta polla también te viene de herencia.
 
Al decír esto se la engulló de nuevo. El joven tuvo que apoyar las manos en el frío suelo para evitar caerse de espaldas por el tremendo gustazo que le estaba dando. Al hacerlo levantó un poco el culo y el tío Pedro aprovechó para meter una de sus manos bajo los cachetes de ese prieto culo. El chico entendió pronto el movimiento de bombeo que pretendía y comenzó a follarse esa boca sin parar de gemir.
 
—Ahhhhh, siiiií, tito Pedroooooo, qué gustooooooooo
 
Mientras tanto, su tío se iba haciendo camino y con la mano que le quedaba libre se untó dos dedos con saliva y empezó a hurgar con insistencia en su propio culo. El chico quiso preguntarle por qué se rascaba en ese lugar, pero antes de que abriera la boca para algo que no fuera gemir de gusto le dijo:
 
—Ahora, me la vas a meter por detrás
 
El joven tuvo algo de miedo al ver como se tragaba la polla esa hambrienta cavidad pero el tío le pidió que estuviera tranquilo y empezara a meterla y sacarla despacio.
 
—Sigue, sigue, vamos campeón. ¡Dale al, tito, asiiiií! ¡Cuánto más te muevas, mejor!
 
El sobrino a esa temprana edad jamás sospechó que pudiera llegar a dar tanto placer un tío y su hambriento ojete. Ya no pensaba, solo follaba y follaba. El tío Pedro gemía y gemía.
 
Sobre el frío suelo de esa palomar se follaba el cuerpo desnudo de su tío por primera vez. Sin más enseñanzas ni explicaciones estaba comprobando lo que era follar. Su tío no era mujer, pero ¿acaso importaba eso?
 
—Me voy me voyyyyy —le dijo de pronto
 
—No, no. Me gusta muchooooooo. Espera un poco —le gritó el joven totalmente salido.
 
No se iba el embustero,  lo que sí hizo fue empezar a apretar su polla con fuerza. Era como si quisiera quedársela.
 
¡Si no llega a estar enganchada a los dos huevos se la habría llevado de cuajo!
 
Entonces pasó. Empezó a mearse dentro de ese prieto culo y a soltar toda la pus. 
 
Al caer rendido sobre la sudorosa y ancha espalda iba notando como el culo seguía contrayéndose y apretando esa dura polla. Dentro de este su polla se retorcía lanzando una descarga, luego otra, de nuevo dos más...
 
El tío Pedro se dejó caer en el terroso suelo manchando su sudado cuerpo con el polvo acumulado mientras el joven seguía enganchado a él revolcándose también de la misma forma. Las manos agarraban su sudoroso cuerpo por esos pectorales velludos y lo abrazaban por la espalda notando como su tío también estaba sudando como un gorrino. La polla seguía incrustada dentro de sus entrañas y el tito Pedro aprovechó la cercanía para darle unos golpecitos en el desnudo culete.
 
—¿Te ha gustado, campeón?
 
—¡Muuuuuuchoooooo!
 
—Pues eso que has echado ahí dentro no es pus, sino leche, y con ella se quedan preñadas las mujeres.
 
—Entonces ¿no estoy enfermo como lo estaba mi madre?
 
—¡No, no estás enfermo ni te morirás por hacer más veces esto conmigo!
 
Tragapollas manchego
 
~~~
 
Bueno, aquí estuvo el final de la historia de Pedro y su sobrino. ¿Qué les pareció?

jueves, 15 de enero de 2015

Bajo el puente

¿Qué tal? ¿Cómo están? ¿Listos para leer un nuevo relato de mi autoría?

Bajo el puente

¡Yo y mi sangre caliente! Aquel día era como cualquier otro. Tenía una calentura de los mil demonios. ¡Ja, ja, ja! La mala noticia es que no había nadie con quien bajármela. Ni siquiera podía sentarme frente a mi computador y ponerme a leer en internet algún buen relato erótico, puesto que había tenido que ir a entregar unos papeles al otro lado de la ciudad. Cuando iba de regreso tuve que tomar el metro para llegar a mi casa. Aquello me dio una idea, puesto que sabía muy bien las cosas que podían pasar en el metro, especialmente cuando el vagón de hasta atrás venía o muy vacío o muy lleno. No necesité pensarlo demasiado para decidirme en que parte del metro viajaría.

Llegué a la estación del metro, me metí y me dirigí hasta la parte de atrás del andén. El tren no venía excesivamente lleno, pero creía que sí lo suficiente para acercármele a cualquiera que me atrajera. Así que me subí. Cuando se cerraron las puertas del vagón me llevé el fiasco de mi vida. El lugar iba lleno de puro hombre que no me parecía atractivo. Los que ocupaban un gran espacio era un grupo de varios chicos que a juzgar por como hablaban y se movían cualquiera les hubiera llamado locas, aunque yo me conformaba con llamarles afeminados. Había uno de ellos que no estaba nada mal, y quizás me le hubiera lanzado si no hubiera venido acompañado.

Me resigné a que mi calentura tendría que esperar a que llegara a casa para poder hacer algo. Intenté concentrarme en otra cosa que no fuera mi frustración por no haber encontrado con quien bajarme las ganas, cuando empecé a sentir una mano que se apoyaba ligeramente en mi trasero. Al principio no le hice caso, pensé que tal vez ni siquiera se tratara de una mano, que mi calentura tomaba como una extremidad quizás la mochila de alguien que se había arrimado hacia mí al entrar más gente en otra estación. Sin embargo, cuando aquella cosa que estaba en mi trasero empezó a acariciarlo con más fruición tuve que admitir que aquello no podía tratarse de una mochila o algo así.

Volteé a ver de reojo a quien venía detrás de mí. Se trataba de un hombre que no debía tener menos de 35 años, bajo de altura, moreno, ojos pequeños y con un tupido bigote. Dudo que alguien pudiera considerarlo atractivo, pero mientras más acariciaba mi trasero más me iba prendiendo. Después de todo ¿qué importaba que el hombre no estuviera guapo si me ayudaba a quitarme la maldita calentura que me cargaba?

Me acomodé para que el señor pudiera tocarme con más libertad el culo, al mismo tiempo que yo podía rozar su verga. Dejé que mis manos rozaran la dureza que se adivinaba sobre su pantalón, de arriba abajo. No se sentía muy grande, pero en esos instantes solo necesitaba de cualquier polla para estar satisfecha. Incluso una que midiera diez centímetros me hubiera bastado.

Aunque estaba disfrutando mucho rozar el miembro de aquel hombre con mis dedos, era aún mejor sentir su mano masajeando mi trasero. El hombre me estrujaba las nalgas, me las sobaba, e incluso en un par de ocasiones con uno de sus dedos aplico presión justamente en medio de ellas, estimulando mi ano.

Me moría porque aquel hombre me desnudara y me acariciara las nalgas en directo. Lamentablemente, las circunstancias eran adversas. Mientras nos acercábamos a la estación terminal mucha gente iba bajando, por lo que ya no había tanta aglomeración y hubiera resultado muy sospechoso que siguiera pegado a aquel hombre. Así que me separé un poco de él, dedicándole una sonrisa con la que esperaba que él entendiera que quería llegar más allá con él.

Estaba preparado para bajarme en la estación que el hombre se bajara. Tal vez viviera cerca, o quizás podríamos encontrar un hotel por la zona. Estaba con tantas ganas que incluso estaba dispuesto a pagarlo yo. Me hubiera conformado incluso con un callejón oscuro. Estaba dispuesto a dejar que me cogiera, aunque me considero inter más activo, todo por la calentura que me cargaba.

Afortunadamente parecía que el hombre bajaba hasta la estación terminal igual que yo. Una vez fuera del tren le sonreí, él se acercó a mí y me estrechó la mano mientras se presentaba como Pedro. Yo le dije mi nombre, y mientras caminábamos hacia afuera íbamos hablando de dónde veníamos, adónde íbamos y demás.

-¿Entonces qué hacemos? -le pregunté una vez que estuvimos afuera de la estación.

-¿Qué quieres hacer? -me regresó la pregunta él.

-¿No es obvio? -le interrogué mientras discretamente me acercaba a él y le apretaba su pene, el cual seguía totalmente duro. Yo no era el único que tenía ganas de algo.

-¿Conoces algún lugar por aquí? -inquirió él.

-La verdad no -confesé. No solía andar mucho por ahí, al menos no en lo que respectaba a buscar sexo. Mis ligues y acostones solían ser en otras partes de la ciudad.

-Yo sé de un lugar donde se puede, pero no sé si te parezca bien -comentó él.

Tal como iba lo hubiera seguido al mismísimo infierno. Le dije que estaba dispuesto con tal de sentir su verga sin la ropa de por medio, y me dejé guiar por él. Me llevó por la avenida sobre la que iba el metro en sentido inverso por el que llegamos. A mí se me ocurrió que quizás fuéramos hacia un parque que se encontraba cerca del lugar, aunque no sabía muy bien si podríamos hacer algo sin arriesgarnos excesivamente a que nos cachara alguien. Sin embargo, cuando le pregunté directamente él me respondió que era mejor el puente.

-¿Puente?

-Sí, ya lo he hecho en otras ocasiones ahí -me respondió él.

Así que me dejé llevar hasta un puente vehicular, o para ser más precisos debajo de este. De lejos (normalmente viendo desde el metro) solo había visto en el lugar una que otra persona en situación de calle, pero en ese momento el lugar se encontraba vacío. Me di cuenta que en realidad era un buen lugar, puesto que debido a la construcción nadie arriba ni en los laterales podría vernos, y los carros y el metro solo podían vernos cuando pasaran exactamente debajo del puente. Sería muy mala suerte que alguien volteara a ver ahí.

Pedro no tardó ni un segundo. Apenas habíamos llegado al lugar cuando él jaló un cartón que estaba por ahí para poder acostarse sobre el suelo, se desabrocho el pantalón y sacó su verga al aire.

-Chúpamela -me ordenó.

Me acomodé entre sus piernas mientras tomaba aquel pito entre mis manos. No supe si era por la calentura o por alguna otra razón, pero aquel miembro me pareció maravilloso. Debía medir alrededor de quince centímetros (no muy grande para muchos), algo delgado, creo yo; pero lo que realmente me fascinaba era su color moreno, la forma en la que su prepucio se retraía con facilidad y dejaba a la vista un glande de forma triangular, con su base ligeramente más ancha que el resto del miembro. Además era totalmente recto, tal como a mí me gustan las pollas.

-Ándale, chúpala -me dijo mi acompañante de ocasión mientras jalaba mi cabeza.

Aunque me encantaba contemplar aquel pedazo de carne, la verdad es que moría por comérmelo. Agaché mi cabeza y me metí directamente aquella verga en mi cavidad oral. Solo puse mis labios en forma de O y dejé que la polla de Pedro fuera introduciéndose en mi boca mientras mis labios y lengua recorrían toda su superficie.

-Así, chiquito -murmuraba Pedro mientras me acariciaba la cabeza.

Aquel pito me supo a gloria. No sabía que demonios tenía Pedro, pero su sabor sencillamente me enloqueció. No era algo sucio, aunque no creía que estuviera limpio después de haber estado trabajando. Era un sabor ligeramente salado, la marca de un hombre que cuida su higiene y que sin embargo sigue siendo un hombre con su sabor y su polla empalmada derramando líquido preseminal.

-¿No quieres que te la meta? -me dijo él cuando me separé de su pito para poder inspirar aire.

Vi el rostro de mi acompañante, sus ojos pequeños mientras me miraba fijamente y como sostenía aquella verga que me estaba volviendo loco con su mano, como si me la ofreciera. No tuve que pensar mucho en las opciones.

-Por supuesto -le contesté mientras desabrochaba mi pantalón para poder bajármelo. Hasta el momento había estado simplemente rozando mi pene sobre la ropa.

-Pues ven y siéntate -dijo él.

-¿Traes condones? -le pregunté. Después de todo, la protección es lo primero. Por otro lado, al contrario que a muchos, el uso del condón me excitaba más que no usarlo.

-No -me contestó él mientras hacía una mueca rara. Seguramente pensó que ahí se había terminado todo.

-No te preocupes, yo sí traigo -le dije mientras sacaba mi inseparable condonera.

Retiré su mano de su pito, saqué el condón de su envoltura, lo puse sobre su glande y empecé a desenvolverlo con cuidado. Me encantó la sensación de ir forrando aquel pene que me volvía loco. Me parecía que el látex resaltaba su forma, como si lo hiciera más perfecta.

Terminé de colocarle el forro, y el siguiente paso fue acomodarme para poder introducirme aquel pito en mi interior. Me bajé los pantalones solo lo necesario para dejar mi culo al aire libre, y me subí sobre Pedro dándole la espalda. Él se encargó de sostener en alto su pene mientras yo me fui sentando. Debido a su tamaño y grosor no fue ningún reto alojarlo en mi interior, pero aún así disfruté de cada milímetro que se fue perdiendo dentro de mi recto. Para asegurarme que él también lo disfrutaba, me dediqué a contraer mi esfínter mientras me iba sentando lentamente.

-¡Oh, sí, papasito! -exclamó él cuando mis nalgas finalmente se asentaron sobre sus caderas, momento en que el aprovechó para poner sus manos sobre mi cintura.

Me sentí completo en ese instante. Mi calentura no se había marchado, pero ahora no era molesta, en ese momento, mientras sentía mi recto lleno con el pene de aquel hombre que me acompañaba, la sentía como algo placentero y satisfactorio. Me encantaba sentir aquel ente que rozaba las paredes de mi recto mientras parecía latir por sí mismo, y mi propio miembro se encontraba totalmente erecto ante la idea de que esa verga que me había fascinado se encontraba en mi interior, acoplándose perfectamente.

Comencé a moverme sobre Pedro, de arriba abajo, en círculos. Era genial sentir aquel falo que se perdía en mi interior, que friccionaba con las paredes de mi recto y me hacía sentir en la gloria. Era extraño pero de repente Pedro había dejado de parecerme feo. Tal vez no podría decir que era guapo, pero sí afirmaría que era un excelente amante en la forma en que él mismo movía sus caderas para hacer mejor la penetración, en la manera en la que me tomaba de la cintura para marcar el ritmo, y finalmente en la forma en que su mano se estiró para masturbar mi miembro mientras él seguía penetrándome. Además, los ruidos de los carros que pasaban más allá y sobre nosotros me prendían más de lo normal. Me encantaba imaginarme que cualquier que fuera en su auto y se le ocurriera voltear para arriba en el momento preciso podría vernos ahí, practicando sexo.

Duramos un rato así, para después cambiar de posición. Pedro me puso bocabajo sobre el cartón para él ponerse sobre mí y volver a dejar a su pene irse dentro de mí. Me gustó más aquella posición. Me encantó sentir a aquel hombre sobre mí, enterrándome su hombría lo más profundamente que podía, mientras sus brazos me rodeaban, encerrándome en una prisión de la cual no tenía ningunas ansias de salir.

Era tan excitante sentir a aquel hombre sobre mí, percibiendo su respiración justo en mi nuca, que cuando menos me di cuenta me vine sin siquiera tocarme. Él había dejado de masturbarme cuando me volteó, ya que usaba sus manos para mantenerme sobre mí sin aplastarme, solo dejando caer su peso para que pudiera sentirlo sin que me resultara molesto. El caso es que derramé mi semen sobre el cartón que estaba debajo de mí, todo por el enorme placer que sentía al percibir a aquel hombre sobre mí, con su pene bien ensartado en mi recto.

Supongo que las contracciones de mi orgasmo lo hicieron venir también a él, pues mientras sentía el éxtasis él enterró hasta el fondo su pito y se quedó quieto, en tanto sentía su respiración acelerada en mi nuca.

Ambos nos quedamos un momento así, compenetrados, mientras el placer de nuestras venidas se marchaba.

-Eres genial -me dijo él mientras sacaba con cuidado su pene de mi interior.

-Tú también lo eres -le contesté yo cuando hubo salido y pude incorporarme.

Él se quitó el condón y estuvo a punto de aventarlo por ahí antes de que yo le dijera que no lo hiciera. A él le dije que era para no dejar basura por ahí, pero la verdad es que sentía curiosidad por la leche que había surgido de aquella verga que me encantaba. De hecho, mientras me acomodaba mi propio pantalón le di una última lamida a su pene y a sus bolas, colocándome debajo de él. Aún quedaban algunas gotas de semen en la punta de su uretra que me supieron a gloria.

-Eres un jovencito goloso -comentó él mientras se terminaba de acomodar la ropa.

-Solo cuando una verga me gusta tanto como la tuya -le respondí para rozarle por última vez su pene sobre el pantalón.

Después de eso ambos salimos del lugar. Arriba no había nadie, solo los autos que circulaban. Nos despedimos en ese momento, pues a él le convenía más cruzar hacia el otro lado de la avenida sobre ese puente mientras a mi me convenía quedarme de aquel lado. Lo vi alejarse sintiendo el impulso de ir detrás de él para volvérmelo a comer. Estaba ya satisfecho, mi calentura estaba calmada, pero una parte de mí no podía concebir la idea de no volver a estar con ese hombre. No era su estatura ni su belleza, era su verga lo que me interesaba profundamente. No me gustaba la idea de no volver a ver esa polla, de no poder probarla nuevamente ni sentirla en mi culito otra vez.

Aun así, lo dejé marchar. Me dije a mí mismo que seguramente algún día me lo volvería a encontrar en el metro, pero hasta el día de hoy lamentablemente eso no ha ocurrido. No obstante, no puedo olvidar su pito delgado y recto, con un tamaño perfecto para horadar mi ano sin lastimarme.

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Bueno, ahí estuvo el relato de este mes. Espero les haya gustado, porque yo lo disfruté mucho. Especialmente porque este relato contiene una parte verídica :3 Fue muy rico. Creo que no me molestaría volver a encontrarme con ese wey si estuviera soltero xD

lunes, 5 de enero de 2015

Pedro 1

¡Hola a todos! Comenzamos un nuevo año y es tiempo de un nuevo relato ajeno en el blog. Espero lo disfruten. Considérenlo su regalo de reyes ;)
 
Pedro
(Primera parte)

Cuento la historia de mi tío Pedro, quien me enseñó muchas cosas, entre otras lo que era follar.


★ ★ ★
[Reproches]
 
Desde el mismo momento en que sus padres hubieran aprobado la boda, él personalmente se había encargado de llevar a cabo todos los preparativos.
 
“Si algo salía mal todas las culpas recaerían sobre su persona”
 
Había trasladado el ajuar de la que sería su futura esposa hasta la casilla de labriegos. En esa choza convivía con su hermano seis meses al año mientras ambos cuidaban del ganado. Después de la boda esa sería la primera casa en la que viviría el feliz matrimonio. Por eso se había esmerado en barrer el suelo y adecentarla un poco.
 
“No quería que Lucia, su futura esposa, se llevara una impresión de él que no era”
 
También sacrificó un par de corderos con los que agasajar a los pocos invitados al banquete y por supuesto había tenido que “ausentarse” de sus obligaciones diarias en el pastoreo, para ir a confesar y formalizar todos los trámites en el registro civil. Quería asegurarse de que le permitieran al día siguiente poder decir con rotundidad que acababa de contraer matrimonio. Cualquier imprevisto o detalle insignificante terminaría avergonzando a sus padres, aun más de lo que ya estaban. 
 
Eran  tantos  los disgustos que había acarreado a su familia por esa mala cabeza, que no tenía claro hasta qué punto su padre sería capaz de soportar alguno más.
 
Cuando llegó a la cama lo hizo completamente agotado.
 
“Esa iba a ser su última noche de soltería y hubiera preferido celebrarla de alguna forma un poco más especial”. Pensó durante unos segundos mientras se sentaba
 
El giro inesperado de las circunstancias lo habían obligado a no poder ni desear una despedida de soltero en condiciones. Se encontraba demasiado lejos del pueblo como para irse de cena con sus amigotes y tampoco podría festejar bebiendo vino y licores hasta al amanecer, porque su hermano pequeño se había acostado unas horas antes que él.
 
Mientras se desvestía, miró durante unos segundos hacía el cuerpo semidesnudo de su hermano Pedro. Su respiración era rítmica y algún leve ronquido se escapaba de su boca. Resignado se sentó sobre la cama certificando con cierta tristeza que Pedro, su querido hermano, estaba profundamente dormido.
 
Pensó de nuevo en su familia y en todo lo que estaba a punto de pasar. Después de la boda nada podría ser igual, todo iba a cambiar de forma brusca y no se atrevía ni a imaginar las consecuencias que todos esos cambios tendrían en sus vidas.
 
Todavía dudando sobre si lo que estaba a punto de hacer era lo mejor o no, empezó a descalzarse haciendo que un fuerte olor a pies sudados le diera en la nariz.
 
Miró, de nuevo, hacía su hermano y este seguía durmiendo en la cama.
 
No dejaba de pensar en el enorme  sacrificio que iba a hacer toda su familia por él, permitiéndole alejarse de allí durante toda una semana. A cientos de kilómetros de la aldea, podría disfrutar de lo lindo con su nueva esposa,  en lo que iba a ser una más que merecida luna de miel. Era por tanto más que normal que su hermano pequeño, estuviera también molesto. Pedro llevaba casi cuatro días sin recibir la mas mínima ayuda en un trabajo más que agotador.
 
Cuidar de las ovejas era duro pero llevadero si lo hacían dos personas. Por ello los dos hermanos vivían en el monte, en una pequeña casa labriega durante unos siete meses al año. Debían permanecer allí prácticamente aislados de la civilización,  cuidando el ganado, esquilándolo y ordeñando a diario, pero sobretodo saliendo a pastar con las ovejas. Cuando el invierno llegaba bajaban hasta la aldea donde pasaban los otros cinco meses, llevando a cabo las mismas labores pero disfrutando ya de “las comodidades” que les ofrecía el tener a una madre cerca que como mínimo les hacía la comida y les lavaba la ropa. Entre los lujos de la aldea estaban también, el de poder asearse de vez en cuando, cenar algo caliente y sobretodo el no tener que compartir cama.
 
En esa pequeña agrupación de casas y almacenes vivía también su novia y futura esposa, a la que podía ver un par de veces al mes. Los caprichos del destino quisieron que esta se quedara encinta durante una de las furtivas escapadas con ella hasta la rivera del río.
 
Esa humillante noticia para la familia había terminado precipitándolo todo.
 
—¡Eres una vergüenza para esta casa! —le había reprochado su padre la noche en la que se lo comunicó recibiendo un sonoro sopapo en la cara.
 
La inercia del golpe hizo que su rostro se girara hasta quedar de frente al de su hermano menor. Pedro con lágrimas en los ojos se sentía casi tanto o más traicionado que su propio padre. Pensó que podría llegar a explicarle que todo había sido un desliz, que esa mujer no significaba nada para él. Creyó también que Pedro lo terminaría entendiendo y acabaría perdonando el doble juego de seducción y engaño al que había sometido a su novia y a su hermano pequeño.
 
Pedro calentaba su cama y lo distraía en  sus horas de aburrimiento durante el pastoreo y Lucía lo llenaba de sueños en los que se iban a montar su propia granja con la que se terminarían haciendo tan ricos como lo era el dueño de esa aldea.
 
Finalmente el joven pastor también había terminado llenando de polla el prieto coño de Lucía y su espesa leche lo había condenado para siempre a un matrimonio para el que nunca estuvo preparado.
 
[...]
 
Cuando su cuerpo desnudo se acurrucó junto al de su hermano pequeño, todo en su cabeza era un mar de dudas.  
 
—Pedro… ¿Estas dormido? —le preguntó
 
Su hermano no le contestó, pero no lo oía roncar sonoramente por lo que empezó a zarandearlo.
 
—Hermano, … despierta anda, que quiero hablar contigo.
 
Su hermano disgustado le soltó un codazo mientras se encogía aun más en la reducida cama en la que dormían.
 
—Déjame en paz y guarda tus fuerzas para mañana, seguro que las necesitarás para satisfacer a tu querida mujercita.
 
—Es por eso por lo que estás molesto,… ¿verdad?... ¡Piensas que cuando me case con ella no volveré a estar contigo más!
 
—¿Y acaso no va a suceder de esa forma?... —le reprochó su hermano mientras se incorporaba para decirle lleno de furia lo mucho que lo odiaba en esos momentos—. ¿Acaso no va a ser ahora esa mujer la que cada noche duerma contigo? ¿Se te ha olvidado que va a ser ahora ella la que vendrá a vivir aquí y que yo me tendré que ir a dormir al corral, donde me comerán las pulgas o las ratas, para poder dejar al feliz matrimonio retozar a solas en esta cama?
 
—Podemos hablar con ella. Puede que puedas dormir en algún rincón de esta casa. Seguro que no le importará.
 
—¿Olvidas que con la que has liado la gente no verá bien que los dos durmamos con la moza bajo el mismo techo?… ¿Qué clase de familia de depravados seríamos ante los ojos de la gente?
 
—¿Desde cuándo te ha importado a ti lo que piense la gente? Mi esposa tendrá que entenderlo y dormirás aquí con nosotros. ¡Faltaría más!
 
—Ah, sí… ¿y entenderá también cuando le digas que esta cama la solíamos usar para otras cosas que no eran precisamente dormir? ¿O eso prefieres seguir guardándolo en secreto?
 
—Vamos, Pedro, no me jodas con eso ahora. Lo que hemos hecho todos estos años ha sido desfogarnos. ¡Somos hombres, joder, necesitábamos follar!
 
—¡Te habrás desfogado tú!... ¡A mí sí me gustaba! …¿lo entiendes?
 
—Joder, Pedro… ¡Qué hacer eso por gusto solo lo hacen los maricones!
 
—¿Y qué somos? ¿Dos angelitos que obligados a dormir en el bosque se abrazaron el uno al otro durante las frías noches de invierno?
 
—¡Estaba mal y lo sabes!
 
Pedro miró a su hermano mayor durante unos segundos antes de levantarse de la cama.
 
—Entonces no te importará si esta noche te dejo meditando y reflexionando sobre los pecados que hemos cometido durante todos estos años.
 
Pedro comenzó a vestirse apresuradamente mientras su hermano mayor seguía mirándolo extrañado desde la cama. Desde que se aprobó la boda no había cruzado más de dos  o tres palabras con él. Pensaba, eso sí,  que estaría algo molesto pero no tanto.
 
—¡Venga, hombre, Pedro, métete conmigo en la cama!
 
—Has confesado hoy, ¿verdad?
 
—Sí. ¿Por?
 
—¿Le has contado al cura algo de lo nuestro?
 
—¿Como le voy a contar eso? Le he dicho lo normal, que pienso en el sexo a diario, que me toco mucho y… luego eso que hice con Lucía.
 
—Pero te ha absuelto de todos tus pecados.
 
—Sí, claro después de rezar con él un padrenuestro.
 
—Entonces no creo que sea normal que la víspera de tu noche de bodas cometas el infernal pecado de clavarle a tu hermano pequeño la polla hasta los huevos.
 
—¡Venga, vamos, Pedro, no me jodas!
 
—No, has sido tú el que me ha jodido, no sé cuántas veces en esta casa y en el monte otras tantas más.
 
—Era solo un juego, queríamos probar como era —le reprochó el pastor mientras apartaba las mantas y se hacía a un lado mostrándole a su hermano pequeño el hueco que le esperaba en la cama.
 
Pedro no flaqueó pese a ver en el apetecible cuerpo de su hermano mayor un tremendo bulto bajo el calzón. Armándose de valor empezó a decirle:
 
—Puesto que a partir de mañana tendré que dormir en el corral, no creo que pase nada si empiezo ya haciéndolo esta noche.
 
—¡Joder, Pedro, no te vayas, vuelve a la cama, te prometo  que hablaremos con Lucía después de la boda! ¡Ella terminará entendiéndolo!
 
Pedro no lo escuchó y con lágrimas en los ojos abandonó la casa dejando que la oscuridad de la noche lo alejara para siempre de ese pasado que tanto ansiaba no llegar a perder.
 
El novio se quedó en la cama meditando durante unos segundos. Llevaba todavía puesto el enorme calzón raído y amarillento que usaba como única prenda para dormir. Bajo este su rabo se había vuelto a poner duro como cada noche. La mano fue al encuentro de ese duro mástil de carne y fue tirando de la fina piel hasta descubrir el glande de un color rojo, casi granate. Empezó a pajearse con lentitud, todavía tenía la esperanza de que su hermano Pedro pudiera volver en cualquier momento. Pensaba verlo llegar de nuevo hasta esa cama que durante tanto tiempo habían compartido. Deseaba que le agarrara la polla para masturbarlo con gran maestría.
 
—Que duro trae el cipote hoy mi hermano favorito —le decía Pedro mientras le sacaba el raído y amarillento calzón por los tobillos hasta dejarlo totalmente en pelotas sobre la cama
 
Poco después notaría el caliente aliento de una boca acercándose. Al engullirse esa dura asta de carne empezaría a gemir de placer.
 
—Ahhhhhmmmmmmm, siiiiiiii, joder, Pedrooooo, como la mamaaaaaaaasssss.
 
Después comenzaría a notar como las babas de su hermano y las suaves succiones lo irían arrastrando poco a poco por unos caminos de los que jamás querría apartarse.
 
Ese era un placer prohibido al que se había entregado durante años.
 
—Además de tocarte en el campo, ¿has hecho alguna otra cochinada más? —le había preguntado el cura esa misma tarde mientras se confesaba.
 
Pero el novio no le contó nada más. De haber empezado el pobre cura habría tenido que dejar el oficio que estaba a punto de comenzar sin atender. Eran tantas las cochinadas que hacía con su hermano pequeño que no sabía por cuál empezar.
 
Mientras se pajeaba cada vez más frenéticamente pensaba en Pedro y en ese culo que se había abierto ante la rotundidad de sus embistes sin queja alguna. Su sumiso hermano había aceptado el rol sin pedirle nada a cambio. Poco a poco había ido dando de sí ese ojete rosado y caliente, coronado por una hilera de vellos negros que se enredaban con los de su polla, hasta quedar fusionados en una unión perfecta y sincronizada.
 
Cuando sus rudas y callosas manos se clavaban en la cintura de Pedro notaba como este se echaba ligeramente hacía adelante para apoyarse contra el suelo, en un tronco o en lo que hubiera más cerca. El caso era evitar la pérdida de equilibrio que lo alejara durante unos instantes de la placentera penetración.
 
Pedro se corría sin tocarse siquiera y lo hacía dejando que un filo hilo de semen saliera de una polla endurecida y vibrante.
 
La naturaleza había querido que el vicioso pastor la tuviera gorda y muy larga mientras el pequeño Pedrito se tuvo que conformar con esa polla gordita y venosa.
 
La fimosis había impedido que el hermano pequeño, también pudiera probar lo que era eso de follar y hubo de esperar hasta que se fuera a hacer la mili para que lo prepararan para poder cumplir con sus deberes como macho. 
 
Ya sería tarde. Pedro llegaría al servicio militar sin ningún interés de fecundar a las hembras. Su hermano mayor se había  encargado de mostrarle otros caminos de obtener un placer supremo
 
El prieto culo apretaba con fuerza la polla del vicioso pastor y este aceleraba las embestidas mientras las ovejas balaban inquietas alrededor de ellos.
 
—¿Te gusta, verdadddddd?
 
—¿Qué si me gusta? ¡Esto es la hostia! —le gritaba Pedro mientras tiraba de su hermano hacía él para pedirle que se quedara dentro mucho más tiempo.
 
—Pedrroooooo, me voy a correrrrr, no puedo más.
 
—Vale sigueeeee. No dejes de meterla, a mí también me gustaaaahhhhh
 
Entre berridos y balidos los dos pastores se corrían haciendo que todo lo que les rodeara pasara a un segundo plano. 
 
No era necesario hacerse más pajas a escondidas del otro. Tampoco necesitaban que ninguna mujer les ayudara en la búsqueda del placer que de esa forma tan exitosamente obtenían.
 
¿Por qué entonces, había tenido que joderlo todo de esa forma el hermano mayor?
 
El novio mientras notaba como el estallido de la paja estaba a punto de llegar, no dejaba de darle vueltas al tremendo error que había cometido al irse a solas al río con una de las sirvientas del señorito. Hubiera preferido hacerlo con Pedro, como tantas otras veces había pasado.
  
“Como debería estar haciendo también esa misma noche previa a la noche de bodas”.
 
Pero esa noche su enorme y gordo pollón descargó muy lejos de ese culo jugoso y goloso que con tanto gusto se entregaba.
 
Se maldijo durante unos segundos por haber terminado derramando toda su leche sobre su velludo abdomen pensando en lo mucho que tendría que madrugar al día siguiente para darse un baño en el río que retirara todo esa lefa ahora blanquecina y viscosa.
 
Esa noche se volvió a pajear en solitario sin saber que desde ese fatídico día tendría que volver a hacerlo muchas más veces y que pasaría mucho, muchísimo tiempo hasta que pudiera volver a notar el cálido tacto de una lengua acariciando su grueso y apetitoso capullo.
 
El destino y su mala cabeza lo había condenado a pajearse en solitario y solo sería liberado de semejante castigo cuando fuera capaz de asumir con agrado su propia condición.
 
★ ★ ★
[Sin salir del armario]
 
Pedro no duró mucho conviviendo con la feliz pareja.
 
Después de la boda no tuvo que enfrentarse a verlos felices el uno junto al otro porque se fueron de viaje de novios a la casa de una tía de Valencia. Cuando volvieron, una semana más tarde,  aguantó con ellos un par de meses hasta que se vio con fuerzas para abandonar a su hermano y a toda su familia.
 
El autoritario padre hubo de admitir que su hijo se marchara a buscar una vida mejor. Con todas sus fuerzas le deseo que le fuera mal en su empresa y volviera cuanto antes con el rabo entre las piernas. Sabía que lo haría para suplicarle por su error y pedirle que le diera de nuevo cobijo en la casa.
 
Pero el joven no volvió con la celeridad que el padre esperaba. Aprendió con rapidez en el floreciente oficio de la construcción y en la ciudad pudo disfrutar de una cierta liberación sexual. La complicidad y el anonimato de la enorme ciudad en la que se encontraba, le permitió que fueran muchos los rabos que se le terminaran metiendo entre las piernas.
 
En aquellos años de dictadura no era fácil follar o ser follados pero los maricas podían cazar casi al vuelo las señales que se lanzaban los unos a otros.
 
Su paso por el servicio militar no hizo más que reafirmarlo en sus “inquietudes”. Con ayuda de algún compañero de garita y de algún que otro militar de más alto rango llegó a convertirse por mérito propio en la más puta del cuartel.
 
Durante esos dieciocho meses en los que hubo de estar secuestrado por los caprichos del militarismo, aprendió a no hacer el vago y llegó hasta sacarse el graduado escolar.
 
Después de la mili volvió a su anterior oficio empeñado inútilmente en seguir construyendo muros contra esa España intolerante que aborrecía a los homosexuales pero entre la que se movían cada vez más maricas encubiertos, deseosos de sacar a pasear su pluma, cuando el “Regente” estirara por fin la pata.
 
★ ★ ★ 
[Los avances de la ciencia]
 
Pedro siguió en contacto con su familia, pero solo en los eventos que señalaba el calendario de su triste y vacía vida.
 
Enterró a su padre, pero fueron pocas las lágrimas. 
 
Con más dolor perdió también a un hermano en un accidente de tráfico.
 
Del resto de los avatares del destino, sufridos por su familia se enteraba siempre cuando volvía al pueblo para celebrar algún evento. Así fue como fue viendo crecer a sus sobrinos y sobrinas. Era el padrino de algunos de ellos por lo que los acompañó siempre en las fiestas de su primera comunión y posteriormente en alguna que otra boda.
 
Aguantó siempre estoicamente cuando le pedían que sentara la cabeza para empezar a darle nietos a su madre, pero Pedro procuraba callar.
 
A veces su culo boqueaba escupiendo leche mientras su madre le requería un nieto. En el baño durante el banquete había podido probar como una dura polla lo atravesaba hasta descargar dentro de él. Miraba entonces al responsable, a ese padre de familia follarín furtivo de culos,  que en esos momentos se volvía a reunir con su querida esposa que lo esperaba cotilleando sin darse apenas cuenta de lo que tenía por marido.
 
Sus miradas cruzaban una sonrisa cómplice antes de volver cada uno de ellos a su propia realidad y pensaba con una sonrisa maliciosa en el rostro, en que mientras la ciencia no descubriera algún avance que permitiera el preñado de los tíos los deseos de su madre se quedarían para siempre en eso, meros deseos de tener descendencia.
 
Tragapollas manchego
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Bueno, aquí estuvo el relato de este mes. Es un relato muy diferente a los que he compartido hasta el momento en el blog, pero la verdad creo yo que bastante bueno. Me impactó desde la primera vez que lo leí y aún ahora lo hace. Me gusta mucho la forma en la que está escrito.
 
Como se habrán dado cuenta, esta es solo la primera parte del relato. Aún falta contar lo que está prometido al principio, cuando dice que su tío le enseñó muchas cosas, entre ellas lo que era follar. Pero bueno, eso será para otra ocasión :) No desesperen, lo más probable es que tengamos el resto del relato para el próximo mes ;) Mientras tanto, espero que hayan disfrutado este.